CONTAGIAR-VALORES

Contagiar Valores

Somos una cultura predominantemente extravertida. La comunicación “hablada”, las palabras, tienen un valor extraordinario. Sin embargo, el mundo de los valores pertenece al mundo de las vivencias. No se trata de hablar de valores; se trata de vivir valores. La educación en valores no tiene que ver con hablar de valores. El impacto, la génesis, de un valor tiene que ver con la experiencia vivida. Nuestros hijos no aprenden de lo que les decimos; aprenden de nuestra vida. Nos miran y observan sin que nos demos cuenta. Aprenden de cómo vivir una crisis, de nuestra actitud ante el trabajo, de cómo transitar un sufrimiento, de lo que es valioso o de cómo se expresan los afectos, simplemente “mirando”. El modelo ante el cual se construyen (nos guste o no) somos nosotros en situación vital.

Muchos conocerán esta historia india: “A la luz de la fogata un anciano indio les hablaba a sus nietos. “En el corazón del ser humano hay dos lobos enfrentados que luchan. Uno representa la bondad, la solidaridad, la paciencia, la compasión; el otro representa la maldad, el egoísmo, la intranquilidad, la desconfianza. Uno de los nietos le preguntó: Abuelo, ¿cuál de los dos lobos vencerá? El viejo le contestó: El que yo alimente”.

Estos días, en las pocas salidas al supermercado o a la farmacia, observando a diversas personas, me acordé de la historia. Vi a personas embrutecidas y toscas abalanzarse sobre diversas mercaderías, buscando “salvarse” haciendo acopio desmedido de diversos productos. Y vi a personas, serenas, cordiales, que intentaban tranquilizar y decir palabras de esperanza y tranquilidad.

Las situaciones límite pueden activar en nosotros un gran potencial. Nos pueden invitar a salir de ellas más humanos y solidarios. O pueden sacar de nosotros lo menos digno.

Si sacan de nosotros lo mejor, estaremos viviendo esa pedagogía de valores que será la mejor herencia para nuestros hijos. Si alguna vez, en un futuro, les toca vivir algo similar, tendrán un patrón, una guía, una brújula.

La solidaridad en su etimología remite al que se une a la causa de todos, a una causa común. Y refiere también a un adjetivo en latín “solidus” que expresa la cualidad de lo sólido, firme, compacto. El sociólogo y filósofo Zygmund Bauman definía a este tiempo histórico desde su condición “líquida” (vida líquida, amor líquido). Refería a que todo se vuelve inconsistente, pasajero, inestable, precario.

Si este tiempo nos encuentra ubicados en la trinchera de la causa común, solidaria, nuestra vida se vuelve más compacta, sólida, consistente. Y así pasaremos hacia adelante, la posta a nuestros hijos.

Ojalá podamos contagiar ese virus.

ALGUNOS-PLURALES-POSIBLES-EN-TIEMPO-DE-PANDEMIA

Algunos plurales posibles en tiempos de pandemia

Ante la búsqueda de un artículo de un especialista que explique qué hacer con su hijo o hija adolescente en tiempos de pandemia, nos resulta más acertado pensar en pluralidades.

Estamos profundamente convencidos de que no hay recetas posibles, no hay indicaciones que nos aseguren resultados exitosos aunque las sigamos al pie de la letra. Lo que sí podemos intentar aquí es una reflexión conjunta, invitarlos a pensar y cuestionarnos algunas cosas que estamos atravesando.

Hay una conclusión a la que sí pudimos llegar y es que no podemos hablar de La Pandemia, El Aislamiento, La Adolescencia. No hay una única forma de vivir este momento histórico; es una vivencia individual y subjetiva atravesada por nuestras condiciones concretas de existencia. De esta manera, entendemos que este período de aislamiento no lo experimentará igual un joven de Montevideo con un cuarto donde tiene una computadora, que uno que tiene compartir el espacio de clase virtual con cuatro hermanos y un solo dispositivo. Evidentemente, no será lo mismo para una adolescente que perdió a un familiar cercano a causa del COVID que para aquel cuyos seres queridos están sanos y vivos. Una familia que atraviesa la preocupación por la pérdida de una fuente de trabajo tendrá preocupaciones distintas a otra familia que sus ingresos se han mantenido estables. Todo esto impacta directamente en la vivencia del adolescente o la adolescente que vive en esa casa.

Cada familia transitará este momento de acuerdo a sus posibilidades y es fundamental ser respetuosos de las mismas. Esta pandemia se atraviesa como se puede; a veces muy lejos de como se quiere.

Necesidad de abri un paréntesis

El inicio de este tiempo en casa implicó que pudiéramos abrir un paréntesis en algunas cuestiones que fue necesario habilitar. Quizás previo al 13 de marzo de 2020 nos hubiésemos escandalizado si alguien nos decía que su hijo jugaba con la PlayStation hasta altas horas de la madrugada un martes o que nuestra hija iba a estar mirando una serie en Netflix más de cuatro horas seguidas. Hoy, en mayo de 2021, podemos problematizarlo. En tiempos de pandemia, fue imprescindible que habilitáramos cosas porque teníamos que cortar tantas otras. Hubo que dar algunos SÍ para que los NO fueran fuertes y claros. No se puede entrar a un comercio sin tapabocas, no podemos festejar cumpleaños, no podemos viajar, no podés ir a bailar. Es optimista pensar que en algún momento podamos cerrar ese paréntesis y que se puedan restablecer algunos límites que fueron modificados por adaptabilidad y acomodación al nuevo escenario.

Intimidad

La hiperconvivencia extrema, el hecho de estar todo el tiempo todos juntos nos ha hecho perder espacios de intimidad. Nadie puede poner en duda que el rol de las intituciones educativas va mucho más allá de la función pedagógica. En el colegio además de aprender Biología e Historia, conozco gente, me hago amigos, paso gran parte de mis días. Pero además, al ir al colegio el joven (también los niños y niñas) conquista nuevos espacios fuera de casa, íntimos, donde la familia no entra, y de este modo va construyendo nuevos terrenos de autonomía. Es así que se hace fundamental poder preservar el tiempo pedagógico como un tiempo de intimidad, obviamente atendiendo las necesidades específicas que pueda requerir cada estudiante.

Esta convivencia conlleva una paradoja. Pasamos muchas más horas juntos, pero esto no quiere decir que compartamos más actividades. Los adultos en casa están presentes, pero no siempre disponibles, y esto puede ser confuso para los más chicos. El año pasado un joven describía esta situación como “mis padres son como fantasmas; están y los veo pero no puedo hablarles ni pedirles nada”.

Validar las emociones

Durante estos tiempos de pandemia es bastante esperable que nuestras emociones fluctúen por todo el espectro. Al comienzo quizás nos pusimos contentos, pero a medida que pasó el tiempo se empezaron a hacer fuertes otras emociones como el miedo, el enojo por el encierro, la tristeza; y de ratos nos divertimos y nos ponemos contentos. Los cambios de estado de ánimo en la adolescencia son moneda corriente y, si a eso le agregamos una pandemia que nos hace estar encerrados, tenemos una combinación bastante explosiva. Entender a nuestros hijos, no minimizar lo que sienten, darles el espacio para poder expresar estos sentimientos, que aprendan a reconocerlos y los pongan en palabras, todo esto es un gran aprendizaje. Además, como adultos también transitamos distintas emociones, y a veces por no preocupar a nuestros hijos, hacemos de cuenta que “está todo bien” y terminamos negando algo que ellos perciben. De acuerdo a la edad que tengan y sin cargarlos de cosas que no pueden manejar, podemos contarles cómo nos sentimos; es esta una buena forma de incentivarlos a hacer lo mismo.

Algunas ideas

Por último, compartimos algunas posibles estrategias que tal vez no funcionen siempre para todas las familias, pero quizás puedan ser recursos que les sean útiles:

Ordenar el tiempo. Poder cortar con el tiempo de trabajo, desconectarnos.
Generar instancias de diálogo; charlar de lo que quieran mostrándose disponibles.
Crear propuestas que los incentiven a explorar distintas áreas, por ejemplo, hacer un concurso de cocina en casa, ver una película juntos, un campeonato de Trivial o algún otro juego de caja.
Hacer planes a corto plazo que sí podamos concretar, por ejemplo, el viernes cocinamos juntos algo rico o el domingo salimos a dar una vuelta en bicicleta.
Digámosles cosas que hemos descubierto de ellos, por ejemplo: qué bueno sos cocinando, qué rápido que resolviste la tarea de física, qué solidario que fuiste al quedarte cuidando a tu hermano o cómo te interesan los documentales vinculados a otras culturas. De esa forma los ayudamos a construir la imagen que tienen de sí mismos a partir de nuestra mirada como adultos.

Tengamos en cuenta que esto es transitorio.
Hoy no es siempre; estamos juntos.

Ana Buttazzoni
Lic. en Psicología

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¿Cómo volvemos a las aulas?

Hace poco más de un año inundaron nuestras vidas, palabras como, primera ola, distancia social, nueva normalidad, escuela a distancia, zooms y otras.
Todas ellas dan cuenta de un cambio brusco en nuestra vida cotidiana, la vida de todos los días, que no es otra cosa, que nuestra propia vida. El mundo se dio vuelta y nadie quedó fuera de ello.
En un primer momento salimos a buscar información, recomendaciones y sugerencias para poder pensar lo que estábamos viviendo y aprender a cuidarnos del virus y de los efectos en nuestra subjetividad y nuestros vínculos.
Se hizo imprescindible armar nuevas logísticas cotidianas que nos organizaran y nos llevó mucho tiempo y energía vital aprender a lidiar con lo nuevo.
Como en todas situaciones de crisis, se hicieron visibles en las familias, en las escuelas y en todos los sistemas organizacionales aspectos invisibilizados y naturalizados. Se corrió un velo y vimos aspectos nuevos.

De la escuela…

Entre otras cosas se hizo visible con toda la fuerza que cobra la ausencia de una presencia, la función de la escuela en toda su dimensión.

La escuela como un pilar fundamental en el desarrollo emocional y saludable de los niños y niñas.

Habitar la escuela representa un ambiente seguro, de contención, previsible en sus rutinas, un ambiente de cuidado, pero sobre todo un espacio de encuentro y desencuentro con otros y por lo tanto un potencial de experiencias y descubrimientos que es irremplazable.
El marco referencial con la estabilidad de su organización y actores es intransferible a cualquier otra situación.

La escuela como organizador familiar

Si bien siempre decimos en nuestra cultura local que el año comienza “cuando llega el último ciclista”, quizás no somos conscientes de lo que ello representa. La escuela organiza las dinámicas familiares, con sus horarios, con sus obligaciones, con sus rutinas y costumbres. El año lectivo, de un país, de una familia se organiza y apoya en el calendario escolar.

La escuela como contenedora

La grupalidad, la circulación de la palabra, el diálogo infantil ayuda a metabolizar las ansiedades. El grupo de pares contiene, sostiene y brinda experiencias que la familia no puede abarcar. Cuando los niños hablan con sus iguales sobre lo que les pasa, descubren, entre otras cosas, que no son los únicos, que hay fantasías y miedos compartidos y eso los tranquiliza.

La función de cuidado com acto pedagógico

El docente cuando recibe a un niño, recibe a su familia, a su contexto social, y en su comportamiento se pregunta por su bienestar, sus conflictos, miedos y ansiedades que pueden hacer obstáculo en su desarrollo. Enseña a cuidar, a cuidarse y hace un acompañamiento situado de la vida del niño en el año que transitan juntos.

En el cuidado desde la escuela surge la relación con la salud desde los distintos aspectos, pero fundamentalmente desde la salud emocional y por lo tanto docentes y psicólogos trabajamos juntos en esa función.

La escuela como sostenedora de las palabras del niño

 En la escuela surge la experiencia de hablar, sentirse escuchado, tener un lugar entre sus pares .La función mediadora del docente organiza, hace posible el diálogo, da lugar a las diferencias y al descubrimiento de cada uno en sus fortalezas y debilidades.

De las familias

La familia se sintió demandada, tironeada y presionada en funciones que no eran propias. Padres multitasking. Tenían que organizar, su trabajo, la alimentación, los cuidados cotidianos y la escolaridad de sus hijos, En algunas situaciones las familias colapsaron, en otras se redescubrieron en sus potencialidades.

Hubo aprendizajes mutuos

Cada familia podrá decir qué descubrió de sus dinámicas, de sus hijos y de sus funciones parentales.

«Se necesita de toda una tribu para criar un niño». Proverbio africano.

Se hizo visible que la familia necesita de otros para criar un hijo. La familia no puede dar “el mundo” a sus hijos, necesita apoyarse en otras instituciones y fuentes de cuidado

No hay recetas universales

Mientras que algunos niños/as disfrutaron de los padres en casa, padres e hijos se redescubrieron, se vieron de otra manera, otros se enfrentaron en conflictos, en dificultades con la organización, los horarios y rutinas y los efectos de una convivencia prolongada.

Niño/as, padres, madres y actores educativos aprendiendo juntos

En la escuela decimos que el error nos ayuda a aprender, en la vida emocional decimos que el sufrimiento nos ayuda a cambiar.
Nos enfrentamos a una situación dolorosa por lo que implicó de pérdidas, de frustraciones y tuvimos que aprender a lidiar con lo nuevo. Nos reinventamos desde todos los lugares,

¿Cómo volvemos?

Hoy nos sentimos un poco más fortalecidos y seguros que en el 2020 pero sobre todo desde una experiencia de vulnerabilidad aprendimos a ser más humildes, a revisar nuestras prácticas, a jerarquizar, a reconocer el lugar de los otros en nuestra vida y el lugar de cada uno.

En este 2021 tuvimos más tiempo para prepararnos, para pensar la nueva escuela.
Nos manejamos mejor con la tecnología, recursos, que alumnos y docentes podrán seguir usando.

Los niños/as y adolescentes a su vez como las familias también maduraron, instrumentaron cambios y seguramente a partir del dolor de las experiencias vividas aprendieron a entenderse mejor con las frustraciones, lo imprevisible e inédito.
Docentes y alumnos se acercaron más al espacio del otro, A descubrir sus mascotas, sus juguetes preferidos, comidas y hábitats de cada uno.
Ahora en esta fase iremos despejando lo aprendido, y reconsiderando lo que es necesario reubicar diferente.
Reconocer y pensar lo nuevo, lo diferente, es imprescindible para una buena adaptación y la construcción de las estructuras necesarias para acompañar los cambios.
Seguramente para muchos habrá un antes y después de la pandemia en su vida, con lo bueno y con lo malo, para otros quedará como algo en la historia de sus vidas sin demasiados cambios.
Que esta experiencia ayude a crecer a los niños /as y sus familias dependerá del reconocimiento de la misma en lo singular de cada niño/a y cada familia, de lo contrario, si seguimos pensando y haciendo lo mismo como si nada hubiera pasado y no escuchando los efectos de lo vivido, corremos el riesgo de atascarnos en conflictos, y sufrimientos innecesarios.

Volvemos diferentes, con las marcas de lo aprendido, con el dolor de lo perdido, pero sobre todo con las ganas del encuentro, con la confianza y seguridad que nos da hacer lo que más nos gusta y con la seguridad y alegría que nos da a todos volver a ver la escuela con las voces, risas y palabras de los niños. El dolor de las experiencias de las pérdidas se irá elaborando con el tiempo que se necesita para ello.
Volvemos con la convicción y la certeza redescubierta que la escuela es necesaria no solo como espacio pedagógico, social, sino como espacio físico, donde los niños tienen sus vidas por fuera de la mirada tan absoluta de sus padres y que esa delimitación de espacios los ayuda a crecer.
Cuando padres y madres se frustran frente a la pregunta ¿cómo te fue en la escuela? y la típica respuesta mínima “bien” y si insisten un poco más repreguntando ¿y qué hicieron? Surge la respuesta tan lapidaria “nada”.
Los niños están diciendo con eso, que hay un espacio donde son, existen más allá de los padres y lo conquistan ellos solos. Eso les da seguridad y los ayuda a crecer.
Cuando sientan ganas, compartirán y unirán ambos mundos. Para conquistar la distancia necesaria que necesitan para su desarrollo, la experiencia de habitar la escuela físicamente es imprescindible.
Para algunos niños volver a la presencialidad va a ser el momento esperado de habitar la escuela y para otros, será la práctica de volver a adaptarse a la experiencia de separación del hogar calentito. Los esperaremos y acompañaremos en sus necesidades y diferencias.

Gabriela Albónico
Ps Educacional.
Especializada en Psicoanálisis Vincular