Hace poco más de un año inundaron nuestras vidas, palabras como, primera ola, distancia social, nueva normalidad, escuela a distancia, zooms y otras.
Todas ellas dan cuenta de un cambio brusco en nuestra vida cotidiana, la vida de todos los días, que no es otra cosa, que nuestra propia vida. El mundo se dio vuelta y nadie quedó fuera de ello.
En un primer momento salimos a buscar información, recomendaciones y sugerencias para poder pensar lo que estábamos viviendo y aprender a cuidarnos del virus y de los efectos en nuestra subjetividad y nuestros vínculos.
Se hizo imprescindible armar nuevas logísticas cotidianas que nos organizaran y nos llevó mucho tiempo y energía vital aprender a lidiar con lo nuevo.
Como en todas situaciones de crisis, se hicieron visibles en las familias, en las escuelas y en todos los sistemas organizacionales aspectos invisibilizados y naturalizados. Se corrió un velo y vimos aspectos nuevos.
De la escuela…
Entre otras cosas se hizo visible con toda la fuerza que cobra la ausencia de una presencia, la función de la escuela en toda su dimensión.
La escuela como un pilar fundamental en el desarrollo emocional y saludable de los niños y niñas.
Habitar la escuela representa un ambiente seguro, de contención, previsible en sus rutinas, un ambiente de cuidado, pero sobre todo un espacio de encuentro y desencuentro con otros y por lo tanto un potencial de experiencias y descubrimientos que es irremplazable.
El marco referencial con la estabilidad de su organización y actores es intransferible a cualquier otra situación.
La escuela como organizador familiar
Si bien siempre decimos en nuestra cultura local que el año comienza “cuando llega el último ciclista”, quizás no somos conscientes de lo que ello representa. La escuela organiza las dinámicas familiares, con sus horarios, con sus obligaciones, con sus rutinas y costumbres. El año lectivo, de un país, de una familia se organiza y apoya en el calendario escolar.
La escuela como contenedora
La grupalidad, la circulación de la palabra, el diálogo infantil ayuda a metabolizar las ansiedades. El grupo de pares contiene, sostiene y brinda experiencias que la familia no puede abarcar. Cuando los niños hablan con sus iguales sobre lo que les pasa, descubren, entre otras cosas, que no son los únicos, que hay fantasías y miedos compartidos y eso los tranquiliza.
La función de cuidado com acto pedagógico
El docente cuando recibe a un niño, recibe a su familia, a su contexto social, y en su comportamiento se pregunta por su bienestar, sus conflictos, miedos y ansiedades que pueden hacer obstáculo en su desarrollo. Enseña a cuidar, a cuidarse y hace un acompañamiento situado de la vida del niño en el año que transitan juntos.
En el cuidado desde la escuela surge la relación con la salud desde los distintos aspectos, pero fundamentalmente desde la salud emocional y por lo tanto docentes y psicólogos trabajamos juntos en esa función.
La escuela como sostenedora de las palabras del niño
En la escuela surge la experiencia de hablar, sentirse escuchado, tener un lugar entre sus pares .La función mediadora del docente organiza, hace posible el diálogo, da lugar a las diferencias y al descubrimiento de cada uno en sus fortalezas y debilidades.
De las familias
La familia se sintió demandada, tironeada y presionada en funciones que no eran propias. Padres multitasking. Tenían que organizar, su trabajo, la alimentación, los cuidados cotidianos y la escolaridad de sus hijos, En algunas situaciones las familias colapsaron, en otras se redescubrieron en sus potencialidades.
Hubo aprendizajes mutuos
Cada familia podrá decir qué descubrió de sus dinámicas, de sus hijos y de sus funciones parentales.
«Se necesita de toda una tribu para criar un niño». Proverbio africano.
Se hizo visible que la familia necesita de otros para criar un hijo. La familia no puede dar “el mundo” a sus hijos, necesita apoyarse en otras instituciones y fuentes de cuidado
No hay recetas universales
Mientras que algunos niños/as disfrutaron de los padres en casa, padres e hijos se redescubrieron, se vieron de otra manera, otros se enfrentaron en conflictos, en dificultades con la organización, los horarios y rutinas y los efectos de una convivencia prolongada.
Niño/as, padres, madres y actores educativos aprendiendo juntos
En la escuela decimos que el error nos ayuda a aprender, en la vida emocional decimos que el sufrimiento nos ayuda a cambiar.
Nos enfrentamos a una situación dolorosa por lo que implicó de pérdidas, de frustraciones y tuvimos que aprender a lidiar con lo nuevo. Nos reinventamos desde todos los lugares,
¿Cómo volvemos?
Hoy nos sentimos un poco más fortalecidos y seguros que en el 2020 pero sobre todo desde una experiencia de vulnerabilidad aprendimos a ser más humildes, a revisar nuestras prácticas, a jerarquizar, a reconocer el lugar de los otros en nuestra vida y el lugar de cada uno.
En este 2021 tuvimos más tiempo para prepararnos, para pensar la nueva escuela.
Nos manejamos mejor con la tecnología, recursos, que alumnos y docentes podrán seguir usando.
Los niños/as y adolescentes a su vez como las familias también maduraron, instrumentaron cambios y seguramente a partir del dolor de las experiencias vividas aprendieron a entenderse mejor con las frustraciones, lo imprevisible e inédito.
Docentes y alumnos se acercaron más al espacio del otro, A descubrir sus mascotas, sus juguetes preferidos, comidas y hábitats de cada uno.
Ahora en esta fase iremos despejando lo aprendido, y reconsiderando lo que es necesario reubicar diferente.
Reconocer y pensar lo nuevo, lo diferente, es imprescindible para una buena adaptación y la construcción de las estructuras necesarias para acompañar los cambios.
Seguramente para muchos habrá un antes y después de la pandemia en su vida, con lo bueno y con lo malo, para otros quedará como algo en la historia de sus vidas sin demasiados cambios.
Que esta experiencia ayude a crecer a los niños /as y sus familias dependerá del reconocimiento de la misma en lo singular de cada niño/a y cada familia, de lo contrario, si seguimos pensando y haciendo lo mismo como si nada hubiera pasado y no escuchando los efectos de lo vivido, corremos el riesgo de atascarnos en conflictos, y sufrimientos innecesarios.
Volvemos diferentes, con las marcas de lo aprendido, con el dolor de lo perdido, pero sobre todo con las ganas del encuentro, con la confianza y seguridad que nos da hacer lo que más nos gusta y con la seguridad y alegría que nos da a todos volver a ver la escuela con las voces, risas y palabras de los niños. El dolor de las experiencias de las pérdidas se irá elaborando con el tiempo que se necesita para ello.
Volvemos con la convicción y la certeza redescubierta que la escuela es necesaria no solo como espacio pedagógico, social, sino como espacio físico, donde los niños tienen sus vidas por fuera de la mirada tan absoluta de sus padres y que esa delimitación de espacios los ayuda a crecer.
Cuando padres y madres se frustran frente a la pregunta ¿cómo te fue en la escuela? y la típica respuesta mínima “bien” y si insisten un poco más repreguntando ¿y qué hicieron? Surge la respuesta tan lapidaria “nada”.
Los niños están diciendo con eso, que hay un espacio donde son, existen más allá de los padres y lo conquistan ellos solos. Eso les da seguridad y los ayuda a crecer.
Cuando sientan ganas, compartirán y unirán ambos mundos. Para conquistar la distancia necesaria que necesitan para su desarrollo, la experiencia de habitar la escuela físicamente es imprescindible.
Para algunos niños volver a la presencialidad va a ser el momento esperado de habitar la escuela y para otros, será la práctica de volver a adaptarse a la experiencia de separación del hogar calentito. Los esperaremos y acompañaremos en sus necesidades y diferencias.
Gabriela Albónico
Ps Educacional.
Especializada en Psicoanálisis Vincular